Vaya, que terrible fin de semana pasé. Tenía la esperanza que finalmente
se diera algo con Mati y no pasó nada. No sé si ya estoy perdiendo mi sex appeal o qué. Aceptó salir el sábado
conmigo, algo que me pareció formidable porque finalmente no me puso de
pretexto que tenía compromisos con su familia. Nos citamos en la plaza para
desayunar, mi primera sorpresa fue que no llegó sola, en los brazos traía a Nube.
Mis papás van a pasar el día con sus compadres y mi mamá no quiere que se quede
sola Nube. Pero si es una gata, pensé, no creo que le pase nada. A penas se lo
insinué y Mati dijo que yo no sabía nada de gatos, que también tienen su
corazoncito. Seguro, respondí. Nunca me han gustado los gatos, bueno ni
siquiera los perros, digamos que no soy muy de animales, mi única mascota fue
una tortuga que vivió conmigo parte de mi niñez y que en realidad no tenía una
vida muy activa que digamos, jamás se me ocurrió sacarla a pasear, mucho menos
pensar llevarla a la playa con mi casi novia. Cada quien sus gustos, me repetía
tratando de convencerme.
Lo único que no me
gusta, le aclaré a Mati, es que le hayas puesto mi nombre a tu gata. No creo
que Nube sea el nombre para un animal. No tiene nada de raro, además ni
siquiera fue por ti Nubia, yo no sabía que así te dicen de cariño tus padres, a
mamá le encantó el nombre, me aseguró. Bueno, sea lo que sea, de todas formas no
me convenció que me dijera que Nubecita era un lindo nombre para una chica
linda como yo. No le quedó más remedio que decir que Nubia -como me gustaba que
me dijeran todos-, le encantaba. Está bien dije resignada, aunque contenta
porque por lo menos reconocía que le gustaba mi nombre, el que con su voz dulce
suena precioso.
Desayunos las tres, ah,
porque Nube también comió su ensalada de atún en un plato de plástico. Lo bueno
es que estábamos al aire libre y al mesero no le quedó más remedio que servirle
a la clienta felina. Tomamos la carretera casi a las diez y al mediodía nos estábamos
instalando en la playa. El viaje había sido tranquilo, nos fuimos cantando las
viejas canciones que nos gustan a las dos, mientras Nube dormía una siesta en
las piernas de su ama, lo que me impidió poner mi mano en su pierna como lo
había imaginado. En realidad creo que me hice demasiadas ilusiones de ese paseo.
Alquilamos una mesa con
sombrilla porque según Mati, le hacía daño asolearse a Nube. Bueno vamos a
meternos al agua, la invité quitándome la ropa hasta quedarme sólo con mi traje
de baño. Pero cómo le vamos a hacer si no podemos dejar sola a Nube, me
preguntó. No le va a pasar nada, contesté pensando que nada más eso me faltaba,
andar cuidando a la gata de Mati. Ya sé, me dijo, primero me meto yo un rato
para refrescarme y después te metes tú todo el tiempo que quieras, yo me quedo
con Nube. Me dieron ganas de encerrar a Nube en la camioneta, o ya de perdida
enterrarla en la arena para que no nos molestara. Lo que menos quería era pasar
mi día con esa gata caprichosa que se acurrucaba en la toalla de Mati. Yo me
había pasado la noche anterior pensando que estaríamos las dos en el agua,
entonces podría sujetarla de la cintura, perder mi mano en sus nalgas, rozar su
pelvis, juguetear con sus senos. Estaba decidida a robarle todas las caricias
que aún no me ha dejado hacerle. Todo lo que me imaginé sólo había servido para tener un rico orgasmo
en mi cama, porque ese sábado tendría que quedarme a cuidar a la gata.
Mati se metió al agua.
La seguí con la vista lamentando no poder ir a deshacerle el nudo del brasier.
Se veía tan hermosa con ese bikini rosa. Oh Mati, dame un besito con tu boquita
de corazón. Me muero por acostarme contigo. Empecé a imaginar lo que podría
hacerle, comerme su cintura con pequeños mordiscos mientras mis manos
acariciaban sus senos. La gata ronroneó para sacarme de mis deseos. Parecía que
adivinaba que su ama era mía en mis pensamientos, y me miraba retadora. Maldita
gata, le alcancé a decir a Nube, quien ni se inmutó y volteó a ver a Mati quien
temblaba en el agua.
A quién se le ocurre
traer una gata a la playa, me preguntaba cada que volteaba a ver a Nube. Tenía
la leve esperanza que llegara un perro furioso y la hiciera correr un rato
mientras yo iba a contarle a Mati que un día sería mía. Nada pasaba, ahí seguía
con ese ronroneo insoportable, adormecida, impávida, dueña de todo. Tomé mi
cámara fotográfica y me acerqué al agua que también me hizo temblar. Era un
poco extraño este mar helado en mayo, ya debía estar un poco más tibio, ha de
ser el calentamiento global que pone de cabeza el clima. Mati es una buena
nadadora, no lo sabía, hasta ese momento que la veía ir de un lado a otro con
un buen braceo. Le saqué algunas fotos pero apenas si se distinguía en el agua.
Me adentré un poco más al mar con el temor de mojar la cámara, pero tenía ganas
de estar con ella, acariciarla. Me vio y levantó el brazo gritándome dónde
estaba Nube. Maldecí a la gata y fingí no escucharla. Nadó hacia mí y se paró
justo frente a mí. Su pelo corto se había desarreglado, las copas de su brasier
se transparentaban un poco y veía sus oscuros pezones, los míos los imitaron y
se pararon dejándolos ver bajo mi brasier. Guau, tenía ganas de mordérselos, de
lamérselos. ¿Dónde está Nube? No te preocupes está dormida en la toalla. No,
pero no puedes dejarla sola. Ni modo que la trajera. Claro que no, se muere mi
pobre gatita, pero te hubieras quedado con ella, que tal si se va. No te
preocupes, no se va a ir, si es una dormilona. Y qué tal si se la roban. No
creo, quién iba a querer llevársela, quise aprovechar que estaba dormida para
venir a tomarte unas fotos, no tengo ninguna tuya. Sí Nubia pero es mejor que
me salga, si quieres quédate un rato en el agua. No, me salgo contigo. Como
quieras, dijo secamente.
Vaya, vaya, me dije
también molesta. Todo por una gata. Pensé que su mamá a esa hora ya estaría
tomándose la quinta cerveza con sus compadres mientras que nosotras estábamos
ya molestas por cuidar a su animal. Qué mala suerte, me repetía. Salimos y le
ofrecí mi toalla para que se secara, la tomó y me dijo que después me prestaría
la de ella. Nada más de pensar que me secaría con los pelos de la Nube, me dio
asco, así que le contesté que no me haría falta, casi ni usaba toalla, además
la mía estaba bastante grande y nos podíamos recostar en ella las dos. Sonrió,
lo que consideré como buen signo.
Tomé mis goggles y me
fui a nadar un rato. Siempre me ha encantado el mar, sobretodo bañarme en él,
me da una fuerza increíble, no sé. Tenía tantas ganas de hacerle el amor a Mati
en el mar. Nunca lo he hecho pero estoy segura que será una experiencia
inolvidable. A mis otras novias no les gustaba meterse al mar, o les daba miedo
o no sabían nadar. Nunca conseguí ir más allá de un no te preocupes yo te
agarro, si no te va a pasar nada. Y ahora que finalmente tengo a alguien con
quien pueda aventurarme a explorar los rincones marinos pues nada, nada.
Resignada nadé un rato, desde lejos veía como Mati
estaba tendida en la playa boca abajo. Me encanta su cuerpo, su gruesa cadera,
el color de su piel, sus pies delicados, la forma de su rostro, su pelo. Si es
cierto que desde que la conocí me ha llamado la atención su manera de vestirse,
aún un poco infantil en algunos detalles, pero ahora que la veo así, casi
desnuda, me doy cuenta que esa niña con la que salgo en realidad es una hermosa
mujer, apenas dos años menor que yo. En ese momento creo que podría contestar a
Fanny que lo que le veo a Mati es algo difícil de explicar, una mezcla de deseo
y ternura; porque la deseo, aunque ella juegue conmigo a ser una mujer de
mundo.
Salgo del agua y veo que ya está boca arriba, pero no
está sola, a un lado de ella, donde yo pensaba recostarme, esta Nube, medio
tapada con la toalla y con un sobrero que le tapa la cabeza. Ya no había nada
peor, pensé. Esa canija gata me arruinó mi paseo y encima de eso toma el lugar
que me pertenecía en mi toalla con mi casi novia. No había nada que hacer, esta
vez perdí la batalla con una peluda rival, pensé mientras pedía la mesero que
me trajera una cubeta de cervezas con hielo y un ceviche como botana. Después
que bebí mi segunda cerveza, Mati se sentó conmigo a la mesa con su bola de
pelos en los brazos. Se tomó una cerveza conmigo. Lo único que me consoló es
que a Nube no le haya gustado el ceviche.
A las cuatro emprendimos el regreso, esta vez le cedí
la camioneta a Mati, yo no sé cuánto tomé pero creo que lo suficiente como para
decirle en el camino que me gustaba mucho, y que ese día la había visto
particularmente hermosa. Podría decir que fue un momento romántico pero bueno,
cómo se puede uno sentir romántica con la rival en las piernas. Mati, tal vez
temiendo que Nube se enojara, no me respondió nada, sólo sonreía. Ante mis
intentos fallidos de hacerle el amor a Mati, me concentré en esa gata gorda que
llevaba conmigo, le dejé que me contara todo sobre ella. Así, me enteré que
casi era siamés, nació de una camada de cinco y que sólo ella sobrevivió, por
eso su madre la cuidaba tanto, y que nunca tendría gatitos porque su mamá la
había mandado a operar. Más me sorprendió que esa bola peluda tuviera un poco
de sangre de gato de raza que el hecho que fuese una gata castrada, eso se le
veía a leguas. Lo que si me preocupó fue que la mamá de Mati quisiera ese mismo
destino para su hija.