Mis otros relatos, mis otras historias

lunes, 8 de octubre de 2018

Cuando te conozca


La veo a través de la computadora, todos los días es la primera en llegar, es la que le prepara el café al jefe, la que hace sus llamadas privadas, lo que no le molesta a su secretaria porque le queda más tiempo para ir a hacer sus cobros y llevar sus nuevos catálogos.
Su pelo ya está largo, tenía mucho tiempo que no se lo dejaba crecer. Hoy me atreví a decirle que se le veía muy bien así, sólo sonrió.
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Dos minutos le robo al horario, dos minutos para verla fijamente, para tratar de descubrir su nuca, para imaginar que olor tendrá, pero no ese olor a colonia de bambú, sino el sabor natural de su piel. Dos minutos en los que es mía. Cuando te conozca te contaré con detalle todos los lunares que tiene tu piel.
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Apenas alcanzo a escuchar tu música, dicen que no les gusta, que no cantas sino gritas, que tus letras no son de amor, que eres demasiado atrevida, que todo lo que pasó no se olvida tan fácilmente. No te preocupes que te he defendido. Ella no dijo nada, no sé si le gustas o no. Casi estoy segura que sí, cuando sea mía la llevaré a un concierto tuyo. Y si acaso no le gustas le cantaré todas tus letras al oído y después tararea conmigo tus canciones cuando vengamos juntas a trabajar.
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Tiene días que no hablan más que de sexo, sólo ella dice algunas cosas, y pongo mucha atención para tratar de adivinar que también es gay como yo, pero no cuenta mucho, ni siquiera algo que pudiera desenmascararla o definitivamente volverla heterosexual. Tengo mis dudas, pero creo que no se lo preguntaré, sería muy obvio.
De mí dicen que soy una solterona quedada, que a mis treinta y tantos ya no habrá quien quiera casarse conmigo. Que me importa digo, si así soy feliz. Nunca me han conocido novio, me dicen, claro que no, nunca he tenido novio, solo dos relaciones donde mi pareja era mi princesa.

Nube



Vaya, que terrible fin de semana pasé. Tenía la esperanza que finalmente se diera algo con Mati y no pasó nada. No sé si ya estoy perdiendo mi sex appeal o qué. Aceptó salir el sábado conmigo, algo que me pareció formidable porque finalmente no me puso de pretexto que tenía compromisos con su familia. Nos citamos en la plaza para desayunar, mi primera sorpresa fue que no llegó sola, en los brazos traía a Nube. Mis papás van a pasar el día con sus compadres y mi mamá no quiere que se quede sola Nube. Pero si es una gata, pensé, no creo que le pase nada. A penas se lo insinué y Mati dijo que yo no sabía nada de gatos, que también tienen su corazoncito. Seguro, respondí. Nunca me han gustado los gatos, bueno ni siquiera los perros, digamos que no soy muy de animales, mi única mascota fue una tortuga que vivió conmigo parte de mi niñez y que en realidad no tenía una vida muy activa que digamos, jamás se me ocurrió sacarla a pasear, mucho menos pensar llevarla a la playa con mi casi novia. Cada quien sus gustos, me repetía tratando de convencerme.
            Lo único que no me gusta, le aclaré a Mati, es que le hayas puesto mi nombre a tu gata. No creo que Nube sea el nombre para un animal. No tiene nada de raro, además ni siquiera fue por ti Nubia, yo no sabía que así te dicen de cariño tus padres, a mamá le encantó el nombre, me aseguró. Bueno, sea lo que sea, de todas formas no me convenció que me dijera que Nubecita era un lindo nombre para una chica linda como yo. No le quedó más remedio que decir que Nubia -como me gustaba que me dijeran todos-, le encantaba. Está bien dije resignada, aunque contenta porque por lo menos reconocía que le gustaba mi nombre, el que con su voz dulce suena precioso.
            Desayunos las tres, ah, porque Nube también comió su ensalada de atún en un plato de plástico. Lo bueno es que estábamos al aire libre y al mesero no le quedó más remedio que servirle a la clienta felina. Tomamos la carretera casi a las diez y al mediodía nos estábamos instalando en la playa. El viaje había sido tranquilo, nos fuimos cantando las viejas canciones que nos gustan a las dos, mientras Nube dormía una siesta en las piernas de su ama, lo que me impidió poner mi mano en su pierna como lo había imaginado. En realidad creo que me hice demasiadas ilusiones de ese paseo.
            Alquilamos una mesa con sombrilla porque según Mati, le hacía daño asolearse a Nube. Bueno vamos a meternos al agua, la invité quitándome la ropa hasta quedarme sólo con mi traje de baño. Pero cómo le vamos a hacer si no podemos dejar sola a Nube, me preguntó. No le va a pasar nada, contesté pensando que nada más eso me faltaba, andar cuidando a la gata de Mati. Ya sé, me dijo, primero me meto yo un rato para refrescarme y después te metes tú todo el tiempo que quieras, yo me quedo con Nube. Me dieron ganas de encerrar a Nube en la camioneta, o ya de perdida enterrarla en la arena para que no nos molestara. Lo que menos quería era pasar mi día con esa gata caprichosa que se acurrucaba en la toalla de Mati. Yo me había pasado la noche anterior pensando que estaríamos las dos en el agua, entonces podría sujetarla de la cintura, perder mi mano en sus nalgas, rozar su pelvis, juguetear con sus senos. Estaba decidida a robarle todas las caricias que aún no me ha dejado hacerle. Todo lo que me imaginé  sólo había servido para tener un rico orgasmo en mi cama, porque ese sábado tendría que quedarme a cuidar a la gata.
            Mati se metió al agua. La seguí con la vista lamentando no poder ir a deshacerle el nudo del brasier. Se veía tan hermosa con ese bikini rosa. Oh Mati, dame un besito con tu boquita de corazón. Me muero por acostarme contigo. Empecé a imaginar lo que podría hacerle, comerme su cintura con pequeños mordiscos mientras mis manos acariciaban sus senos. La gata ronroneó para sacarme de mis deseos. Parecía que adivinaba que su ama era mía en mis pensamientos, y me miraba retadora. Maldita gata, le alcancé a decir a Nube, quien ni se inmutó y volteó a ver a Mati quien temblaba en el agua.
            A quién se le ocurre traer una gata a la playa, me preguntaba cada que volteaba a ver a Nube. Tenía la leve esperanza que llegara un perro furioso y la hiciera correr un rato mientras yo iba a contarle a Mati que un día sería mía. Nada pasaba, ahí seguía con ese ronroneo insoportable, adormecida, impávida, dueña de todo. Tomé mi cámara fotográfica y me acerqué al agua que también me hizo temblar. Era un poco extraño este mar helado en mayo, ya debía estar un poco más tibio, ha de ser el calentamiento global que pone de cabeza el clima. Mati es una buena nadadora, no lo sabía, hasta ese momento que la veía ir de un lado a otro con un buen braceo. Le saqué algunas fotos pero apenas si se distinguía en el agua. Me adentré un poco más al mar con el temor de mojar la cámara, pero tenía ganas de estar con ella, acariciarla. Me vio y levantó el brazo gritándome dónde estaba Nube. Maldecí a la gata y fingí no escucharla. Nadó hacia mí y se paró justo frente a mí. Su pelo corto se había desarreglado, las copas de su brasier se transparentaban un poco y veía sus oscuros pezones, los míos los imitaron y se pararon dejándolos ver bajo mi brasier. Guau, tenía ganas de mordérselos, de lamérselos. ¿Dónde está Nube? No te preocupes está dormida en la toalla. No, pero no puedes dejarla sola. Ni modo que la trajera. Claro que no, se muere mi pobre gatita, pero te hubieras quedado con ella, que tal si se va. No te preocupes, no se va a ir, si es una dormilona. Y qué tal si se la roban. No creo, quién iba a querer llevársela, quise aprovechar que estaba dormida para venir a tomarte unas fotos, no tengo ninguna tuya. Sí Nubia pero es mejor que me salga, si quieres quédate un rato en el agua. No, me salgo contigo. Como quieras, dijo secamente.
            Vaya, vaya, me dije también molesta. Todo por una gata. Pensé que su mamá a esa hora ya estaría tomándose la quinta cerveza con sus compadres mientras que nosotras estábamos ya molestas por cuidar a su animal. Qué mala suerte, me repetía. Salimos y le ofrecí mi toalla para que se secara, la tomó y me dijo que después me prestaría la de ella. Nada más de pensar que me secaría con los pelos de la Nube, me dio asco, así que le contesté que no me haría falta, casi ni usaba toalla, además la mía estaba bastante grande y nos podíamos recostar en ella las dos. Sonrió, lo que consideré como buen signo.
            Tomé mis goggles y me fui a nadar un rato. Siempre me ha encantado el mar, sobretodo bañarme en él, me da una fuerza increíble, no sé. Tenía tantas ganas de hacerle el amor a Mati en el mar. Nunca lo he hecho pero estoy segura que será una experiencia inolvidable. A mis otras novias no les gustaba meterse al mar, o les daba miedo o no sabían nadar. Nunca conseguí ir más allá de un no te preocupes yo te agarro, si no te va a pasar nada. Y ahora que finalmente tengo a alguien con quien pueda aventurarme a explorar los rincones marinos pues nada, nada.
Resignada nadé un rato, desde lejos veía como Mati estaba tendida en la playa boca abajo. Me encanta su cuerpo, su gruesa cadera, el color de su piel, sus pies delicados, la forma de su rostro, su pelo. Si es cierto que desde que la conocí me ha llamado la atención su manera de vestirse, aún un poco infantil en algunos detalles, pero ahora que la veo así, casi desnuda, me doy cuenta que esa niña con la que salgo en realidad es una hermosa mujer, apenas dos años menor que yo. En ese momento creo que podría contestar a Fanny que lo que le veo a Mati es algo difícil de explicar, una mezcla de deseo y ternura; porque la deseo, aunque ella juegue conmigo a ser una mujer de mundo.
Salgo del agua y veo que ya está boca arriba, pero no está sola, a un lado de ella, donde yo pensaba recostarme, esta Nube, medio tapada con la toalla y con un sobrero que le tapa la cabeza. Ya no había nada peor, pensé. Esa canija gata me arruinó mi paseo y encima de eso toma el lugar que me pertenecía en mi toalla con mi casi novia. No había nada que hacer, esta vez perdí la batalla con una peluda rival, pensé mientras pedía la mesero que me trajera una cubeta de cervezas con hielo y un ceviche como botana. Después que bebí mi segunda cerveza, Mati se sentó conmigo a la mesa con su bola de pelos en los brazos. Se tomó una cerveza conmigo. Lo único que me consoló es que a Nube no le haya gustado el ceviche.
A las cuatro emprendimos el regreso, esta vez le cedí la camioneta a Mati, yo no sé cuánto tomé pero creo que lo suficiente como para decirle en el camino que me gustaba mucho, y que ese día la había visto particularmente hermosa. Podría decir que fue un momento romántico pero bueno, cómo se puede uno sentir romántica con la rival en las piernas. Mati, tal vez temiendo que Nube se enojara, no me respondió nada, sólo sonreía. Ante mis intentos fallidos de hacerle el amor a Mati, me concentré en esa gata gorda que llevaba conmigo, le dejé que me contara todo sobre ella. Así, me enteré que casi era siamés, nació de una camada de cinco y que sólo ella sobrevivió, por eso su madre la cuidaba tanto, y que nunca tendría gatitos porque su mamá la había mandado a operar. Más me sorprendió que esa bola peluda tuviera un poco de sangre de gato de raza que el hecho que fuese una gata castrada, eso se le veía a leguas. Lo que si me preocupó fue que la mamá de Mati quisiera ese mismo destino para su hija.